El Maestro Mismo Pt1
El Maestro Mismo Pt1
Por Herbert Betts
Tomado del libro: «Cómo enseñar religión», por George Herbert Betts Capítulo 1 – El Maestro Mismo
Un breve reflexión sobre la vida espiritual de un maestro de la Biblia. Parte 1
El maestro mismo
Es muy fácil obtener edificios y salones para nuestras escuelas… Los libros y materiales pueden ser obtenidos con solamente pedirlos. El gran problema es asegurar maestros, maestros de verdad, maestros de poder y devoción que puedan impresionar las vidas de los jóvenes. Sin tales maestros todo lo demás es solamente metal que resuena o címbalo que retiñe. Encontrar un verdadero maestro es un gran logro…
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Hay tres tipos de maestros. – Dos tipos de maestros son recordados: uno al que el estudiante perdona después que los años han ablandado los antagonismos y resentimientos; el otro es el que es pensado con honor y gratitud mientras que la persona lo tiene en su memoria. Entre estos dos existe un tercer grupo, mucho más grande de los otros dos: el grupo de maestros olvidados porque no dejaron ningún rastro permanente sobre sus estudiantes. Este grupo representa los mediocres de la profesión, no suficiente “malo” para provocar ira y luego perdón, y no suficiente bueno para encontrar un lugar de gratitud y recuerdo.
El elemento personal.
Cuando regresamos a considerar nuestros propios días en la escuela, encontramos que las impresiones que permanecen en nuestra memoria no son detalles enseñados o clases aprendidas, sino la personalidad del maestro. Hemos olvidado la mayoría de las verdades que nos presentaron, y igualmente las conclusiones de estas verdades, pero el calor y animo del ser humano que se nos dio permanece.
Ser un maestro de religión requiere una personalidad particularmente distinta. El maestro y la verdad enseñada deben siempre ser lo mismo. “Por ellos yo me santifico a mí mismo” (Juan 17:19) dijo el Gran Maestro; e igualmente los maestros de Su Palabra deben hacer eso.
El maestro es un intérprete de la verdad. No quiere decir que la materia enseñada no sea importante, ni tampoco que las clases sean inmateriales. Es solamente decir que la vida responde a la vida. La verdad nunca llega al niño sin cuerpo y solo, pero siempre con la vista y calidad de la interpretación del maestro en ello. Es como si la mente y espíritu del maestro fueran como la ventana por la cual el sol brilla. Todo lo que pasa por medio de una personalidad viva toma su tono y calidad por el traspaso. Los estudiantes pueden o no pueden aprender sus clases, pero los maestros son epístolas vivas, leídos y conocidos por todos sus estudiantes.
Es el concreto que ellos toman y que les moldea. Nuestro principal interés y mejor atención son las personas. El mundo ni es formado ni reformado por verdades abstractas ni por teorías generales. Cualquier idea que podamos impresionar sobre otros tiene que ser realizada primeramente dentro de nuestras propias vidas. Lo que decimos es muchas veces ahogado en lo que somos. Palabras y teorías pueden ser malentendidas, pero el carácter del maestro muy pocas veces lo es. Preceptos y principios pueden fallar en impresionar; pero la personalidad nunca. Dios trató por los siglos de revelar sus propósitos al hombre por medio de la ley y los profetas, pero el hombre rehusó tomarlo en cuenta o entenderlo. Es solamente cuando Dios hizo su plan y pensamiento por el hombre concreto en la persona de Jesús de Nazaret que el hombre empezó de entender.
Entonces el primer y más difícil requisito para el maestro es sí mismo, su propia personalidad. Tiene que combinar en sí mismo las calidades de vida y carácter que busca desarrollar en sus estudiantes. Tiene que encontrar en su personalidad la fuente de su influencia y el vehículo de su poder. Tiene que vivir corporalmente lo que quiere que sus estudiantes llegan a ser. Él tiene que vivir la religión que se trata de enseñarles a ellos. Él tiene que poseer la experiencia religiosa vital que él quisiera que ellos tengan.
La edificación de la personalidad.
No se nace con la personalidad, se construye. Una personalidad fuerte que inspira no es un don de los dioses, tampoco es una personalidad débil y inefectiva una visitación de la Providencia. Las cosas no pasan así en el mundo del espiritual más que en nuestro mundo. Todo tiene su causa. La personalidad crece. Toma su forma en lo pesado del día y en cómo se desarrolla el día. Se forma en la crisis y estrés de los problemas de cada día, y los deberes. Cobra calidad del carácter de los pensamientos y hechos que se componen la experiencia común. Lleva las marcas de cualquier comunión y compañerismo espiritual que llevemos con la Deidad.
El profesor Dewey nos avisa que el carácter es principalmente dependiente en el modo de componer sus partes. Un maestro puede tener una esplendida herencia nativa, una excelente educación, y puede moverse en los mejores círculos sociales, pero no estar muy bien en su personalidad. Se requiere un trabajo alto y exaltado para componer los poderes y organizarlos en su completa eficiencia. La obligación de un gran trabajo es el elemento esencial para transformar la habilidad potencial a ser actual. Pablo no llegó a ser el gigante de sus últimos años hasta que tomó sobre sí la gran carga de llevar el evangelio a los Gentiles.
Nuestra propia responsabilidad.
Entonces la edificación de nuestras propias personalidades está principalmente en nuestras propias manos. Es verdad que la influencia de la herencia no debe ser tomada ligeramente. Es más fácil para unos desarrollar calidades atractivas y deseadas que para otros. La materia prima viene con nuestra naturaleza; es lo que la herencia nos da. Pero el producto final lleva la impresión de nuestro entrenamiento y desarrollo. El destino nunca toma las riendas de nuestras manos. Somos libres de formarnos como queramos.
Nuestra calidad interior de vida crecerá por lo que consumemos. Esto es el gran secreto de edificar la personalidad. Las cosas que hoy edificamos en nuestros pensamientos y acciones, mañana serán nuestro carácter y personalidad. Entonces dejemos cultivar intereses, pensar altos pensamientos, y darnos a trabajos dignos, y estos pronto se transformarán en hábitos de nuestra vida. Dejemos nuestros corazones salir en ayuda de nuestros semejantes, y produciremos la simpatía para nuestros vecinos humanos hasta que llegue a ser un motivo conmovedor en nuestras vidas antes de que nos demos cuenta. Escuchemos la pequeña voz que habla a nuestra alma, y vamos a encontrar nuestras almas creciendo para alcanzar el Infinito.
El secreto.
La persona que quiere desarrollar su personalidad a la medida completa de su fuerza y poder tiene que poner como su meta vivir constantemente en la presencia de lo mejor. Esto es lo mejor en pensamientos, memoria, y anticipación. Permitiría solamente las mejores emociones y actitudes, y nos previene de aceptar vivir con amargura sobre ofensas pequeñas y quejas. Controlará la lengua, y quitará cualquier palabra no bondadosa, o criticismo no necesario. Nos causará buscar calidades fuertes y bonitas en nuestros amigos y socios, y no nos deja enfocar en sus fallas ni amplificar sus caídas. Nos curará de envidias pequeñas y aplastará todo espíritu de venganza. Nos salvará de preocuparnos ociosamente y de rebelión sin fruto contra maldades que nosotros no podemos cambiar. Nos librará nuestras vidas de la influencia debilitante de modos negativos y actitudes críticas. Nos enseñará de ser gobernados por nuestras admiraciones y no por nuestras aversiones.
Sobre todo, quien edifica su personalidad para servir como el maestro de un niño en su religión tiene que constantemente vivir en la presencia de lo mejor que puede obtener de Dios. No hay sustituto para esto. Ningún plenitud de poder y agarra intelectual, ningún rico conocimiento ganado, y ningún grado de habilidad en instruir puede tomar el lugar de una conciencia de Dios en el corazón que es vibrante, inmediata, y llena del Espíritu. Porque religión es vida, y la definición mejor de religión que podamos presentar a un niño es el ejemplo y calor de una vida inspirada y vivificada por contacto con la fuente de todo buen ser espiritual. La autoridad del maestro debe quedarse en su propia experiencia religiosa, y no en la experiencia de otros.