Los dos Pactos

En la Biblia encontramos dos pactos (testamentos): el antiguo y el nuevo. Los dos son distintos. Es de primordial importancia una comprensión cabal sobre este concepto bíblico. A menos que comprendamos el plan de Dios respecto a los dos pactos, no podremos percibir correctamente cuál sea la voluntad de Dios para nosotros hoy día en nuestras vidas. Y esto sucede porque resulta imposible guardar los dos pactos al mismo tiempo.

Por ejemplo, bajo el antiguo pacto Dios mandó que su pueblo conquistara, por medio del uso de armas de guerra, a las naciones malas que habitaban la tierra de Canaán. Mas el nuevo pacto dice claramente que las armas que nosotros usamos no son las del mundo. Entonces, ¿cómo podemos saber en la actualidad cuál es la voluntad de Dios para nosotros en cuanto a la participación en la guerra? El antiguo pacto manda que su pueblo participe en la guerra, mientras que el nuevo se lo prohíbe al pueblo de Dios. Ambos pactos son de Dios, ambos forman parte de la Santa Biblia, la cual está inspirada por Dios en su totalidad. ¿Qué hacemos con estos dos pactos?





Es la aparente discrepancia entre los dos pactos lo que ocasiona mucha confusión entre muchos evangélicos hoy en día. Al no comprender el plan de Dios relativo a los dos pactos, ellos se ven continuamente confundidos por las muchas y variadas opiniones sobre la cuestión de la participación en la guerra, el uso de las joyas, el divorcio y las segundas nupcias, las riquezas materiales, etc., etc. El antiguo pacto dice algo sobre todas estas cosas, mientras que el nuevo pacto indica otra cosa. Lo que sucede con demasiada frecuencia es que las personas y las iglesias escogen los elementos de los dos pactos que les agradan, y hacen caso omiso a los demás. Sin embargo, al percatarnos del maravilloso plan de Dios respecto a estos dos pactos, él nos revela un camino lleno de gozo y seguridad.

Primero que todo, tenemos que darnos cuenta que la ley de Moisés fue provisional: fue hecha para terminarse. Romanos 10.4 dice: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Y es evidente que el mismo Dios así lo planeó desde el principio. Dios habló a Moisés, por medio de quien instituyó la ley, y dijo: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta” (Deuteronomio 18.18-19). De manera que vemos que Dios no planeó que la ley tuviera vigencia para siempre. La ley de Moisés cumpliría su propósito sólo hasta la venida de Cristo. De ahí en adelante, los relatos contenidos en el antiguo pacto sirven como ejemplos para nosotros (véase 1 Corintios 10.1-11). Pero no basamos nuestra práctica y doctrina sobre las leyes del antiguo pacto porque las mismas ya no mantienen su vigencia en nuestros días. Más bien, ¡ahora estamos bajo “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Romanos 8.2)! Véase también Gálatas 6.2.


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No obstante, quizá alguien diga: ¿Acaso Dios cambia? No. “Yo Jehová no cambio” (Malaquías 3.6). ¿Cambia su ley? Los mismos principios de la verdad eterna fueron expresados tanto por la ley como por el evangelio; los dos forman parte de la misma palabra de Dios. Pero Dios, en su sabiduría infinita, aplica sus principios eternos a las condiciones de cada época. ¿Acaso el padre cambia de opinión en el diálogo que presentamos a continuación?

Un hijo se acerca a su padre un día y le dice:

—Papá, ¿puedo ir a la ciudad?

—No —le responde el padre del muchacho.

Al día siguiente viene el hijo nuevamente y le pregunta a su padre:

—Papá, ¿puedo ir a la ciudad?

—Sí —dice el padre.

¿Acaso el padre ha cambiado de opinión? No. Él sabía de antemano que no sería conveniente que su hijo fuera al pueblo la primera vez que le preguntó. Sin embargo, al día siguiente el padre consintió en que su hijo fuera a la ciudad porque pensó que le convendría. El buen padre siempre sabe el porqué de las cosas, mas pueda que el hijo no lo sepa. Él sabe que hoy las condiciones en el pueblo han cambiado, y por eso dejó ir a su hijo, aunque ayer no se lo permitió.

De igual manera Dios ha dado leyes en el nuevo pacto que no están conforme a las del antiguo pacto. No porque él ni su verdad hayan cambiado, sino porque así lo planeó desde antes de la fundación del mundo, sabiendo las circunstancias que existirían en cada época. Dios aplica la verdad eterna e inmutable a las condiciones existentes de cada época (véase Romanos 16.25-27; 1 Pedro 1.20).

La ley suprema para el pueblo de Dios en el antiguo pacto fue la ley levítica, mientras que en el nuevo pacto es el evangelio de Cristo. Existe una armonía y una unidad perfecta entre estas dos leyes. Ambas dependen la una de la otra. Todos los sacrificios y las ceremonias bajo la ley eran solamente sombras de Cristo y no habrían servido para nada si no hubieran sido cumplidos en Cristo. Él, “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). Por otra parte, “la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3.24). La ley de Moisés mostró a los israelitas cuán pecaminosos eran y la eficacia de la sangre para borrar los pecados. Les preparó para recibir a Cristo. Cuando él vino, la ley había cumplido su obra. Sus sacrificios ya no tuvieron valor y la palabra de Cristo tomó el lugar que ocupaban aquellas normas. El Nuevo Testamento es la ley que ahora está vigente y que rige en nuestras vidas. Esa ley es la norma por medio de la cual la iglesia bíblica es gobernada.




Resumimos este artículo al presentar los siete puntos siguientes:

1.   Dios ha dado dos pactos distintos, el Antiguo y el Nuevo Testamento (véase Hebreos 8.6-10).

2.  Dios en su misericordia prohíbe en el Nuevo Testamento algunas cosas que ordenó en el Antiguo Testamento (véase Mateo 5.38-39; Éxodo 21.23-25; Jeremías 31.31-32; Hebreos 7.12). Dios sabía desde antes de la fundación del mundo que así sería.

3.  El Antiguo Testamento era la norma de vida de Israel hasta la muerte de Cristo en la cruz del Calvario (véase Gálatas 3.23-25; Efesios 2.14-15; Colosenses 2.14). Cuando Jesús murió, la ley cumplió su objetivo de revelar a Cristo y preparar a un pueblo para recibirle.

4.  El Nuevo Testamento es ahora la norma para la conducta del cristiano hasta la segunda venida de Cristo (véase 2 Corintios 3.6; 2 Tesalonicenses 1.7-8).

5.  El cristiano debe tener al Antiguo Testamento como una mina rica en instrucción y como algo muy esencial para la comprensión adecuada del Nuevo Testamento (véase 1 Corintios 10.6, 11; Gálatas 3.24-25).

6.  Aquellos que persisten en promulgar la doctrina del Antiguo Testamento, en lugar de las enseñanzas del Nuevo Testamento, trastornan las almas de los oyentes (véase Hechos 15.24; Tito 1.9-11).

7.   El Nuevo Testamento no es el estado final entre Dios y el hombre. Tal como el antiguo pacto fue una preparación para el advenimiento del nuevo pacto, así el nuevo pacto es una preparación para las cosas que Dios tiene preparadas para los que le son fieles ahora bajo el nuevo pacto (véase Hechos 3.19-21; 1 Corintios 15.51-54)




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